1. La guerra se vuelve tecnológica
La guerra que tenía que servir para acabar con todas las guerras fue en realidad el comienzo de todos los conflictos modernos, el arranque de las "tempestades de acero" que describió Ernst Jünger. El historiador Max Hastings lo relata con precisión en su libro 1914. El año de la catástrofe cuando narra cómo los soldados franceses, vestidos con sus colores brillantes, avanzaban hacia el fuego enemigo bajo la música de tambores y clarines. "Las consecuencias fueron evidentes", escribe Hastings. "El 22 de agosto el Ejército francés sufrió bajas en una escala nunca superada por ningún otro ejército en una guerra".
Con la I Guerra Mundial, la revolución técnica llegó a los campos de batalla y cambió para siempre la forma en que se enfrentaban los Ejércitos. La tecnología se convirtió en un elemento esencial en el arte de la guerra. Se podría argumentar que ya lo había sido a lo largo de la historia (¿Se hubiese producido la Conquista de América sin la pólvora? ¿Roma hubiese conquistado el mundo conocido sin la superior organización de sus Ejércitos?); pero nunca fue tan importante y, sobre todo, tan destructiva aunque muchos militares tardaron demasiadas batallas y bajas en reconocerlo. Adam Hochschild describe en su ensayo sobre el conflicto Para acabar con todas las guerras cómo fueron entrando esas novedades en el campo de batalla: el submarino y los bombardeos aéreos de civiles, el carro de combate (pesaba 28 toneladas y avanzaba a tres kilómetros por hora), los ataques con gases tóxicos… Pero, por encima de todo, la innovación más importante fueron las alambradas de espino, el arma definitiva y también la más sencilla, que permitió que la guerra se estancase en las trincheras.
Douglas Haig, el discutido jefe de las fuerzas británicas en
Francia, escribió con indudable lucidez al final del conflicto: "Algunos entusiastas de ahora profetizan que el avión, el carro de combate y el automóvil reemplazarán al caballo en las guerras del futuro pero yo creo que es probable que, en el futuro, el valor y las oportunidades del caballo sean tan grandes como siempre. Los aviones y los carros de combate solo son accesorios para el hombre y el caballo". Como tantas otras veces, no podía estar más equivocado.
Guillermo Altares (El País)
2. Las armas químicas en Europa
Los intentos de limitar las armas químicas con la Conferencia de
Bruselas en 1874 y el Convenio de La Haya en 1899 no sirvieron para nada. Entre 1914 y 1918, los ingleses, los alemanes y los franceses recurrieron al uso de sustancias tóxicas, a veces mortales, en el campo de batalla.
Ya en otoño de 1914, los frenceses emplearon gas lacrimógeno que arrojaban a las trincheras enemigas. En abril de 1915, los alemanes, con una industria química más desarrollada que sus adversarios, esparcieron sustancias cloradas con ayuda de unas garrafas cuyo contenido se propagaba con la ayuda del viento. La escalada continuó con el uso de obuses cargados de gases nuevos como el fosgeno, más tóxico que las moléculas anteriores. En julio de 1917, los alemanes fueron más allá con el gas mostaza, también conocido como yperita, por el nombre de la ciudad (Ypres) en la que se utilizó por primera vez. Se trata de una molécula que no ataca solo las vías respiratorias sino también los ojos y la piel. Además, en las zonas por las que se ha propagado, el gas persiste y crea complicaciones para los combatientes.
Las armas químicas se convirtieron en un símbolo, pero su papel estratégico y militar no fue tan importante"
Olivier Lepick, autor de La Grande guerre chimique
"Pese a todo, el número de víctimas de las armas químicas, menos de 500.000, es limitado en relación con el número total", afirma Olivier Lepick, autor de
La Grande guerre chimique (PUF, 1998). "Las armas químicas dejaron huella en el ánimo y se convirtieron en un símbolo de la guerra, pero su papel estratégico y militar no fue tan importante". Tras el conflicto, se firmaron nuevos acuerdos para prohibir su uso, en especial el Protocolo de Ginebra de 1925, pero que no preveía ningún método de control. Para eso hubo que esperar al acuerdo firmado por Naciones Unidas en 1993, que, además de declarar ilegales alrededor de 40 moléculas, crea un cuerpo de inspectores, la
Organización para la Prohibición de Armas Químicas, que en
2013 recibió el Premio Nobel de la Paz.
David Larousserie (Le Monde)
3. La transformación de Oriente Próximo
La Primera Guerra Mundial y los tratados que la siguieron transformaron el mapa de Oriente Próximo al crear nuevos Estados y nuevas realidades políticas en el territorio del derrotado imperio otomano. La rivalidad entre Gran Bretaña y
Francia, la expansión del nacionalismo árabe, las ambiciones sionistas en
Palestina y el nacimiento de la
Turquía moderna cambiaron la faz de la región. Una de las ironías más formidables de la historia es que las líneas que se trazaron en las arenas de la guerra están empezando a difuminarse un siglo después.
El acuerdo Sykes-Picot de 1916 dividió en secreto los antiguos territorios otomanos en zonas de influencia británica y francesa. El sistema de mandatos creado por la Liga de Naciones en el periodo de entreguerras solo prometió llegar a un autogobierno, no a la independencia inmediata por la que Sharif Hussein había lanzado desde
La Meca una revuelta en el desierto contra los turcos, con la ayuda del coronel T. E. Lawrence ("de Arabia"). Y, en otro ejemplo de promesas contradictorias, la Declaración Balfour de 1917 ofreció el apoyo del
Reino Unido a la creación de un "hogar nacional" para los
judíos en Tierra Santa, y así sentó las bases para el nacimiento de
Israel y el conflicto más difícil de resolver del mundo contemporáneo. Desde entonces, los historiadores no dejan de discutir sobre este enredo diplomático y sus funestas repercusiones.
Los mayores perdedores de la lotería de la posguerra en Oriente Próximo fueron los kurdos
Las diferencias étnicas, sectarias y tribales importaban poco a los encargados de diseñar el mapa en la era colonial.
Irak se formó mediante la fusión de tres provincias otomanas, dominadas respectivamente por los
chiíes, los suníes y los kurdos. Además, quedó separado de
Kuwait, un dato que posteriormente daría pie a conflictos. Su rey era hachemita, procedía de la Península Arábiga y había sido expulsado de
Siria; también lo era el rey de la vecina Jordania, nacida de un plumazo de
Winston Churchill después de un almuerzo empapado en alcohol, celebrado en El Cairo en 1921. Líbano se arrancó a la "Gran Siria" con el propósito de establecer un hogar para los cristianos cuyo apoyo reforzaría la influencia de Francia.
Los mayores perdedores de la lotería de la posguerra en Oriente Próximo fueron los kurdos. Hoy, este pueblo, que aún carece de Estado, al menos disfruta de un gran grado de autonomía regional, además de una paz relativa, en el Estado federal de Irak, mientras que sus compatriotas en Siria controlan áreas a las que no llegan las fuerzas de
Bashar el Asad. La propia idea del nacionalismo árabe está en peligro, por culpa de los extremistas sectarios que apelan al islam para crear un nuevo califato (abolido por los turcos recién secularizados en 1922). Entre los enemigos de El Asad se encuentra un grupo yihadista vinculado a
Al Qaeda. Su nombre en árabe es "El Estado Islámico en Irak y al Sham (Siria y Líbano)", una eliminación deliberada de las fronteras posteriores a la Primera Guerra Mundial.
Ian Black (The Guardian)
4. La guerra y el movimiento obrero
Para el movimiento obrero y socialista europeo, así como para el incipiente movimiento sindical, el estallido de la Primera Guerra Mundial representa un golpe terrible. A pesar de la gran fuerza organizada de países como
Alemania, Gran Bretaña y Francia, las direcciones de los partidos socialistas y socialdemócratas no acaban de movilizarse contra la guerra en el fatídico verano de 1914; la Internacional se hace añicos. Los partidos y las primeras organizaciones sindicales (con la excepción inicial de
Italia, que conserva su neutralidad hasta mayo de 1915 y donde los socialistas mayoritarios seguirán oponiéndose a la guerra) se ven absorbidos en el esfuerzo productivo y bélico. Durante mucho tiempo, los obreros de las grandes industrias —en especial los obreros especializados, decisivos para la producción de maquinarias y armas indispensables para alimentar la monstruosa guerra de materiales en el frente— no solo están exentos de llenar las filas de un ejército que está formado en casi todas partes por campesinos, sino que además gozan de condiciones salariales y alimentarias especialmente favorables. A cambio, se prohíben las huelgas y los sectores estratégicos quedan sometidos a la disciplina militar.
Los partidos y las primeras organizaciones sindicales se ven absorbidos en el esfuerzo productivo y bélico
Pero la guerra, año tras año, destruye vidas y recursos: al tiempo que, en el frente, la situación militar parece estancada, empeoran gradualmente el abastecimiento de comida, el nivel de vida de las poblaciones civiles y las condiciones de los obreros en la fábrica. A partir de 1916, en los partidos socialistas, las facciones minoritarias empiezan a entablar un diálogo para buscar una solución pacífica al conflicto, mientras que en
Rusia estalla la Revolución de febrero y después octubre de 1917. La situación cambia por completo: la presión política y social revolucionaria, la imposibilidad de sostener el sacrificio y el deseo desesperado de paz revitalizan y transforman de manera radical los partidos y las organizaciones sindicales de todos los países beligerantes. El fin del conflicto, en noviembre de 1918, deja como legado histórico un movimiento sindical europeo agresivo y organizado.
Roberto Giovannini (La Stampa)
5. El gas venenoso
En verano de 2013 se podía sentir.
Las imágenes de los niños muertos en Damasco. La
indignación en la voz del presidente de Estados Unidos,
Barak Obama. Habló de una "línea roja", y no se trataba de las meras cifras de muertos, sino de un tabú moral. Hoy día, la utilización de gas tóxico como arma de guerra es considerada universalmente un crimen, porque el recuerdo de 1915 —de un cruel experimento con horribles derivaciones— sigue vivo.
La prueba comenzó el 22 de abril de ese año. Los soldados alemanes, atrincherados cerca de la ciudad belga de Ypres, abrieron casi 6.000 recipientes de acero con cloro líquido. El viento transportó el gas, 2,5 veces más pesado que el aire, hasta sus enemigos británicos sobre un frente de unos seis kilómetros de ancho. El gas, que dañaba los pulmones, cogió desprevenidos a los soldados británicos. Mató a 3.000 de ellos. Poco después, todas las partes beligerantes lo empleaban: flotaba viscoso sobre los campos de batalla, provocaba la creación de zonas de restricción, causó lesiones a más de un millón de personas y mató a 70.000.
Una característica del gas tóxico, que hizo que finalmente fuese prohibido por el Derecho Internacional en 1925, es su crueldad: el 10 de julio de 1917, las tropas alemanas lanzaron por primera vez el agente "cruz azul", que atravesaba los filtros de las máscaras de gas y obligaba a quitárselas por la insoportable irritación que producía. Su apodo:rompemáscaras.
La segunda característica es que mata sin distinción. Es imposible alcanzar a un objetivo preciso. Mata a los soldados exactamente igual que a los civiles o a los niños. Ronen Steinke (Süddeutsche Zeitung)
6. Desarrollo de la cirugía
La cirugía se ha desarrollado en gran parte gracias a lo que ha ido aprendiendo en las guerras. La Primera Guerra Mundial no fue ninguna excepción, pero, cuando estalló, era un arte que acababa de entrar en la modernidad. Hubo que esperar a la Segunda Guerra Mundial para que llegasen
los antibióticos capaces de curar e incluso prevenir infecciones que hasta entonces dejaban impotentes a los cirujanos, así como para la implantación de las técnicas de reanimación. Sin embargo, durante la Gran Guerra, y sobre todo inmediatamente después, los hospitales civiles y militares fueron escenario de una cirugía experimental.
En aquel conflicto, la utilización de armas nuevas, en particular los bombardeos masivos y los gases de combate, transformó la situación. La guerra de posiciones y las trincheras provocaron un aumento de las heridas en la cabeza y el rostro, las partes más expuestas a los disparos enemigos. Muchos combatientes salieron vivos pero lisiados, mutilados, desfigurados. Eran los gueules cassées (los caras rotas), según la expresión acuñada en Francia por el coronel Yves Picot, primer presidente de la Unión de heridos en el rostro y la cabeza, fundada en 1921.
Al acabar la Primera Guerra Mundial, Francia tenía alrededor de 6,5 millones de inválidos de guerra. Los cirujanos de los países implicados tuvieron que enfrentarse a una avalancha de gueules cassées, a los que trataron de devolver un rostro humano y mitigar su calvario en el momento de la vuelta a la vida civil. Faltaba carne, faltaba hueso, así que hubo que hacer injertos, una técnica que se desarrolló a tientas, igual que lo hizo, en la misma época y por las mismas razones, la transfusión sanguínea. Y junto a los injertos óseos o cutáneos, también empezaron a utilizarse prótesis y aparatos que parecían más instrumentos de tortura, sin lograr siempre, ni mucho menos, hacer milagros. Paul Benkimoun (Le Monde)
7. "Tu país te necesita"
"Tu país te necesita". Cuando en septiembre de 1914 los británicos comenzaron a ver este lema en carteles pegados por las calles de todo el país todavía no se habían apagado los ecos de los vítores, las canciones patrióticas y las marchas militares que resonaron en la estación Victoria de Londres como despedida a los soldados que marchaban al continente para luchar contra los soldados del Kaiser Guillermo II. Similares escenas se produjeron en París y Berlín. En la opinión pública europea estaba instalada la idea de que la guerra sería corta. A los sumo, unas pocas batallas, decisivas eso sí y naturalmente ganadas por el propio bando. Y luego todos a casa. La guerra era cosa de caballeros y las noticias de las sucesivas victorias de las tropas imperiales en lugares remotos de la geografía mundial multiplicaban esa idea romántica del riesgo y la muerte heroica.
Pero esa guerra, “la Gran Guerra”, se llevaría muchas cosas por delante. Apenas un mes después Lord Kitchener, secretario de Estado de Guerra, supo que ni la guerra sería corta, ni el problema serían la falta de balas, sino la falta de combatientes. Que una cosa era luchar contra ejércitos indígenas, o muy por detrás en términos de tecnología bélica, y otra contra un Ejército moderno extremadamente entrenado y dirigido por una selecta élite militar y militarista. "Esto no es la guerra, esto es el fin del mundo", escribía un muchacho de un regimiento británico de la India a su padre. Hacían falta hombres y urgentemente. Y es que con el nuevo armamento los muertos diarios no se contabilizaban por decenas sino por miles. Francia tenía ejércitos de leva prácticamente desde la Revolución, Alemania desde 1870, Rusia desde 1905. Millones de hombres disponibles, si no para luchar, al menos si para ser enviados al frente. Pero Reino Unido jamás en su historia, al menos desde la existencia de señores feudales, había recurrido al reclutamiento forzoso.
Sirvieron y murieron juntos. Muchos pueblos vieron como en una tarde morían casi todos sus hombres jóvenes
La respuesta al "Tu país te necesita" fue entusiasta. Cientos de miles de personas se apuntaron y se aplicó la regla de "quienes se alistan juntos, combaten juntos". Fueron destinados, o formaron los mismos batallones, que se autodenominaban "colegas" y "camaradas". Así se formaron por ejemplo el Batallón de Camaradas de Liverpool, formado principalmente por corredores de comercio de la city de esa ciudad inglesa, o los Colegas de Accrington o los Camaradas de Oldham, en referencia a sus localidades. Pero el índice de mortalidad en el campo de batalla era de una crueldad jamás vista en la historia de la humanidad. Se apuntaron juntos, sirvieron juntos y murieron juntos. Muchos pueblos vieron como en una tarde morían casi todos sus hombres jóvenes.
La guerra se enfangó. Literalmente. Los primeros aviadores que surcaban los cielos de Europa veían una cicatriz negra que durante cientos de kilómetros rompía el verde los campos. Una línea de frente que prácticamente durante dos años permaneció invariable. Lo único que cambiaba eran los hombres que ocupaban las trincheras. Nuevas remesas que reemplazaban sin cesar a los muertos y heridos. En marzo de 1916 Reino Unido adoptó una decisión drástica. Por primera vez en su historia, todos los hombres solteros de entre 18 y 41 años fueron reclutados con la excepción de religiosos, profesores, algunos profesionales metalúrgicos y los declarados incapaces. Si alguno se casó para evitar el frente, erró en su decisión. En mayo la medida afectaba también a los casados.
El reclutamiento obligatorio, y las causas que lo provocaban, dio una nueva perspectiva a la idea de la guerra. Unas 200.000 personas se manifestaron en el centro de Londres. En Francia, que sólo en los primeros meses de la contienda perdió 300.000 hombres fue causa de extendidos motines en 1917 que hicieron tambalearse el frente. En Rusia, la presencia de reclutas en San Petersburgo durante los disturbios de febrero de ese mismo año fue decisiva en la caída del zar Nicolás II.
“Tu país te necesita” se convirtió en un símbolo de sacrificio que los civiles británicos pagaron creces
Los conscriptos británicos tuvieron su bautismo de fuego apenas semanas después de ingresar a filas. Ataviados con sus ropajes en los que no había ninguna protección excepto un casco plato fueron lanzados a la batalla de Somme, el 1 de julio de 1916 y durante los meses siguientes protagonizaron lo que constituye la mayor tragedia militar de Reino Unido en el siglo XX y en toda su historia. Los muertos británicos ascendieron a 419.654. El entusiasmo había dado paso al desengaño y este al horror.
La guerra no cesó en su demanda de combatientes. En los últimos meses de la guerra el Gobierno amplió la edad de reclutamiento a los 51 años y lo mantuvo hasta 1920. Acabada la contienda en 1918 el Ejército profesional estaba tan diezmado que era imposible mantener el imperio si los reclutas forzosos volvían a la vida civil. "Tu país te necesita" se convirtió en un símbolo de sacrificio que los civiles británicos pagaron creces. Jorge Marirrodriga (El País)
8. La emancipación de la mujer
Una de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial fue la emancipación de la mujer: este es uno de los clichés que distorsionan en numerosos relatos la realidad del conflicto.
Es una cuestión que los historiadores siguen debatiendo. No cabe duda de que, durante la guerra, las mujeres se ocuparon de tareas que antes habían sido fundamentalmente masculinas, no cabe duda de que obtuvieron derechos políticos más importantes en varios países como el Reino Unido, no cabe duda de que ciertas modas como él estilo à la garçonne representaron una liberación de los códigos femeninos tradicionales. Pero en realidad, el trabajo femenino ya estaba aumentando antes de 1914, y, al terminar la guerra, muchas mujeres regresaron a sus tareas anteriores.
La feminización del trabajo fue limitada y dependía de los sectores. Se incrementó en el comercio, las profesiones liberales y la banca. Por otro lado, a la mujer se le negaban todavía muchos derechos. (En Francia no pudo votar hasta 1944, mientras que en Alemania lo hizo en 1919 y en el Reino Unido obtuvo el derecho al voto en 1918 para las mayores de 30 años y en 1928 a los 21, igual que los hombres.) Y, sobre todo, las formas de emancipación de los papeles tradicionales solían ser muy limitadas, social y cuantitativamente. Varios estudios recientes destacan este periodo como una etapa de transición que prepara el terreno para las evoluciones posteriores. Nicolas Offenstadt (Le Monde)
9. Los aristócratas y la guerra
Los hijos de las clases altas británicas que tuvieron la suerte de sobrevivir a la Primera Guerra Mundial se encontraron a su regreso un país en plena transformación, en el que ya no tenían su sitio automáticamente garantizado.
La reducción de su número —hasta finales de 1917, los aristócratas sufrieron proporcionalmente más bajas en combate que ninguna otra clase social— hacía que recuperar el statu quo anterior a la guerra fuera físicamente imposible.
"Después de la guerra se encontraron con que faltaban los herederos: yacían en los campos de Flandes", dice Joanna Bourke, profesora de historia en
Birbeck College, Londres. "El efecto fue devastador: murió el hijo del primer ministro, los hijos de varios miembros del gobierno, y eso significó que, en la inmediata posguerra, los pupilos que en el orden natural de las cosas habrían llegado a ser los nuevos dirigentes —sobre todo en política y en los negocios— habían desaparecido".
Pero no solo habían disminuido enormemente los miembros varones de las clases altas; también había mucha menos gente dispuesta a servir a sus familias como lo habían hecho durante cientos de años.
Se deslegitimó toda la estructura que mantenía el estilo de vida de la clase media alta”
Joanna Bourke, profesora de historia en Birbeck College
Muchas mujeres a las que la guerra obligó a dejar el servicio doméstico para incorporarse a las fábricas se negaron a renunciar a su nueva independencia. "Se deslegitimó toda la estructura que mantenía el estilo de vida de la clase media alta", explica Bourke.
"Hasta entonces, los criados de los hogares de clase media alta eran personas con una tradición familiar de trabajar allí. Cuando alguien se iba, la cocinera recomendaba a su sobrina. Pero eso dejó de ser así, y entonces se produjo una auténtica crisis de la mano de obra necesaria para mantener esa forma de vida".
El declive de las clases altas se aceleró aún más con la aprobación, en junio de 1917, de la Ley de Representación Popular, que otorgó el voto a cinco millones más de hombres y a casi nueve millones de mujeres.
La ampliación del derecho al voto, unida a la expansión del sindicalismo, dio a las clases trabajadoras una mayor representación social y, con ella, la libertad de desafiar el poder de los partidos establecidos y poner en tela de juicio la capacidad y la prudencia de quienes habían enviado a tantos soldados a la muerte.
Pero quizá el mayor presagio de la decadencia de la aristocracia surgió en el barro y la sangre del Frente Occidental, cuando se vio que la institución encargada de proteger el modo de vida británico tradicional se había convertido a su pesar en el instrumento de su disolución.
La introducción de la leva obligatoria en 1916 transformó un ejército profesional en un ejército de civiles, y llenó sus filas de hombres de clase media cuyas madres y cuyos padres ocupaban puestos importantes en la sociedad y exigían que los sacrificios de sus hijos no fueran en vano. También significó el ascenso de nuevos oficiales de origen humilde, que, como tantos miles de mujeres en la retaguardia, no estaban dispuestos a renunciar a la posibildiad de mejora social que les había deparado la guerra.
Como dice Bourke: "Esos combatientes regresaron —algunos, con medallas—, sin ningún deseo de volver a ser tenderos". Sam Jones (The Guardian)
10. El cine de propaganda
En una conversación con el filósofo Bogdanov, en 1907,
Lenin habla del cine como “uno de los medios más importantes de instrucción de las masas”. En Italia, en 1922,
Mussolini declara que el cine es "el arma más fuerte del Estado", y en 1936 pone la primera piedra para la construcción de Cinecittà. Bastarían estas dos proclamas para dar fe del vínculo existente, desde sus albores, entre la gran pantalla y la propaganda. Solo en
Estados Unidos, donde David W. Griffith había rodado en 1914
El nacimiento de una nación, sobre la fundación del país, se produjeron entre 1915 y 1918 2.500 películas. Y durante la Gran Guerra, la mayor parte de la producción norteamericana y europea, tanto de noticiarios como de filmes de ficción, tuvo fines propagandísticos.
En
Civilización (1916), Thomas H. Ince lanzaba, entre metáfora y fantasía política, un grito en favor de la paz. En Francia, en 1919, Abel Gance transmitía un poderoso mensaje antibélico en
J’accuse,subrayado por el final de la película, en el que las jóvenes víctimas de la guerra se despiertan para reprochar a los vivos lo inútil de su sacrificio. En Italia, en la estela del éxito obtenido por
Cabiria, de Giovanni Pastrone,
Maciste alpino, de Luigi Romano Borgnetto y Luigi Maggi (1916), exalta los valores de la batalla y empuja al público a identificarse con el héroe protagonista. Pero la joya de la época, rodada en 1918, es
Armas al hombro, de
Charles Chaplin, que ilustra, suspendidos entre la ligereza y la tragedia, los horrores de la vida en el frente.
Muchos años después, cuando el cine de propaganda se haya convertido ya, tanto en la
U.R.S.S. como en la Alemania nazi, en la Italia fascista como en Estados Unidos, en instrumento fundamental para orientar las conciencias, será de nuevo Charles Chaplin quien, con
El gran dictador, demostrará que, al tiempo que se hace reír, es posible lanzar el más antibelicista de los mensajes.
Fulvia Caprara (La Stampa)
11. El Sillon, antepasado de la democracia
La dimensión de la catástrofe que fue la Primera Guerra Mundial empujó a numerosos intelectuales y políticos franceses a alzarse en nombre de un lema: "Nunca más". Entre ellos destacaba un personaje, Marc Sangnier, que había fundado el Sillon a finales del siglo XIX. Esta corriente del cristianismo social proponía la reconciliación entre Iglesia y República, una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Sangnier, como Jean Jaurès, fue enemigo acérrimo de los católicos monárquicos de Charles Maurras. Movilizado durante el conflicto como teniente de ingenieros, Sangnier recibió de Aristide Briand en 1916 el encargo de ir a ver al Papa encabezando una misión de paz, que fracasó. Terminó la guerra con el grado de comandante y condecorado con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra.
Entre 1919 y 1924, Sangnier fue diputado. Se ganó el sarcasmo de sus colegas al proponer una colaboración internacional que no excluyera ni a Rusia ni a Alemania para restaurar Europa. Los miembros de la izquierda y la extrema izquierda eran los únicos que aplaudían a este curioso cristiano, pacifista radical y visionario, elegido en las filas de la derecha moderada pero al que los conservadores calificaban de "bolchevique cristiano". Su idea era organizar "la paz a través de la juventud", mediante los cauces de la internacional democrática. Esta última celebró varios congresos internacionales, el más numeroso el de Bierville, en 1926, que congregó a más de 5.000 participantes de 33 naciones, la mitad de ellos alemanes.
Cuando falleció Marc Sangnier, en 1950, las ideas que había defendido ocupaban el poder encarnadas en la democracia cristiana en Francia, Alemania e Italia. La idea europea que culminaría en el tratado de Roma en 1957 había empezado a andar. Michel Lefèbvre (Le Monde)
12. Los nuevos países en Europa
El fin del año 1918 reorganizó radicalmente el mapa de Europa central y del Este. En lugar de las tres potencias —Alemania, Rusia y el Imperio austrohúngaro— surgieron algunos países nuevos (o resucitados después de siglos). Los países de reciente creación eran pobres y estaban enemistados y cuidadosamente separados por los cordones de fronteras y aduanas. Fue una época de nacionalismos triunfantes. Tuvieron mala suerte aquellos que, como los ucranios, no fueron capaces de luchar por su país porque los rivales resultaron ser más fuertes.
Cuando en septiembre de 1918 el Imperio austrohúngaro intentó por su cuenta establecer contacto con las potencias occidentales y pedir el alto el fuego, el gobierno de Estados Unidos, la mayor potencia a la que la guerra no agotó, respondió que su posición ya la había expuesto el presidente Woodrow en los "14 puntos" en enero de 1918. Aparte de exigir la conclusión manifiesta de los acuerdos internacionales, la libre navegación en alta mar y la supresión de barreras en el comercio internacional, abordaban también las nuevas fronteras en Europa, basadas en los principios étnicos, así como el renacimiento de
Polonia.
Las naciones de Europa central muchas veces se entremezclaban y reclamaban los mismos territorios
Durante la conferencia de Versalles, en 1919, el postulado de las "fronteras basadas en principios étnicos", resultó ser no solo utópico, sino que se convirtió en el foco de muchos conflictos. Las naciones de Europa central muchas veces se entremezclaban y a menudo reclamaban los mismos territorios. Cualquier resolución tomada por las grandes potencias originaba protestas diplomáticas y, a menudo, también conflictos armados.
El país de nueva creación más grande fue Polonia, renacida después de 123 años de ocupación. Ganó sus fronteras después de una serie de conflictos armados con Alemania,
Letonia,
Ucrania, Checoslovaquia y la gran guerra con la Rusia roja. En 1923, cuando por fin se acordaron las fronteras de Polonia, la república mantenía relaciones medianamente amistosas con solo dos países vecinos, la diminuta Letonia, al norte, y la alejada
Rumanía al sur. Esta situación iba a tener en breve malas consecuencias.
Adam Leszczyński (Gazeta Wyborcza)
13. La economía planificada
Antes de que la URSS impusiera la economía planificada a la mitad de Europa, la inventaron los alemanes. Las primeras leyes que limitaban la libertad económica se introdujeron el 3 de agosto de 1914. El Estado fue asumiendo sucesivamente el control sobre los ahorros de los ciudadanos, el comercio exterior, la producción y la venta de productos alimenticios, estableció los precios máximos de distintos bienes e introdujo las "asociaciones de materias primas", que dirigían la distribución de las escasas materias primas de acuerdo con las necesidades de la economía de guerra.
En noviembre de 1916 se creó la Oficina de Planificación y se introdujo la movilización total de los recursos y de la mano de obra. La industria se organizó en 170 "sociedades de guerra", basadas en las antiguas asociaciones sectoriales. El programa detuvo la caída de la producción para el Ejército, aunque la industria de productos de consumo y la agricultura seguían reduciéndose. Los precios de los alimentos básicos se multiplicaron por ocho durante la guerra y millones de alemanes tuvieron que pasar hambre; las raciones eran de 700–900 calorías al día.
Los que vivieron esa época tenían claro que la movilización militar de Alemania fue un logro importante. La movilización impresionó a los bolcheviques, que por aquel entonces estaban a la espera de hacerse con el poder en Rusia. Cuando Lenin tomó el poder en 1918, introdujo en Rusia el "comunismo militar", una economía basada en la nacionalización universal, las requisiciones y las expoliaciones. Esta economía les dio a los bolcheviques el control sobre la vida económica, así como los recursos necesarios para ganar la guerra civil, pero trajo también el desplome del nivel de vida, la miseria generalizada y la destrucción de la capacidad productiva.
La economía planificada gustaba a políticos y periodistas con puntos de vista políticos muy dispares
A comienzos de la década de 1920, los comunistas rusos anunciaron la "Nueva Política Económica" y asumieron un compromiso con el mercado, al cual dejaron una gran parte de la producción de bienes de consumo.
La economía planificada gustaba a políticos y periodistas con puntos de vista políticos muy dispares. En el período de entreguerras, sacudido por la hiperinflación y por la Gran Depresión, la creencia general era que el capitalismo era el origen del caos y asignaba las fuerzas productivas de manera inefectiva. Tanto la extrema izquierda como la extrema derecha creían que el capitalismo favorecía el enriquecimiento de unos pocos y la pobreza de las masas, y que la economía planificada permitía igualar los ingresos y fomentaba una mayor solidaridad social. Después de la Gran Depresión, se experimentó con distintas formas de planificación económica en muchos países europeos, no solo en los regímenes totalitarios de Alemania y Rusia, sino también en Polonia.Adam Leszczyński (Gazeta Wyborcza)
14. Un pacifismo más modesto
Bertha von Suttner, la primera mujer en recibir el
Premio Nobel de la Paz, decía con ironía en una ocasión que humanizar la guerra era como meter a alguien en aceite hirviendo y bajar la temperatura un par de grados. O también como si a un esclavo se le prometiese a secas que en el futuro recibiría algunos latigazos menos.
A principios del siglo XX, la austríaca Suttner ocupaba la cúspide de un pacifismo europeo absolutamente puro. Pero cuando más tarde estalló la guerra en el Continente, la experiencia de las trincheras provocó que muchos belicistas entusiastas se convirtiesen en arrepentidos pacifistas: por ejemplo, en los primeros días de la contienda, Kurt Tucholsky, el escritor alemán, había corrido como loco a alistarse; después, decepcionado, calificaba a la guerra de "letrina de dimensiones mundiales llena de sangre, alambre de espino y cantos de odio". Tampoco los veteranos pacifistas de la escuela de Suttner la superaron incólumes.
Es cierto que, después de la guerra, los pacifistas tenían muchos más seguidores que antes: en Alemania, los grupos antibélicos contaban con unos 70.000 miembros, lo cual, aun así, seguía siendo poco comparado con los 500.000 integrantes de las asociaciones de soldados. Pero, sobre todo, la guerra acabó con una parte de su seguridad en sí mismos. Antes de 1914, los pacifistas todavía soñaban con que podría existir un contrato que prohibiese las guerras, una idea ajena al mundo, como se ha demostrado. Actualmente, los movimientos antibélicos aspiran a alcanzar principalmente metas más modestas y realistas: desarme, acuerdos entre las naciones, reconciliación, y también una humanización de la guerra a través de la renuncia a determinadas armas. Ronen Steinke, Süddeutsche Zeitung
Tres frentes vivos un siglo después
Los efectos de la Gran Guerra están vigentes en las tierras envenenadas de Verdún. Pero también en el nacimiento de la Turquía moderna tras la batalla de Galípoli o en la memoria gloriosa de los habitantes de Piave
1. Galípoli, el nacimiento de la Turquía moderna
Es una mañana de invierno fría y radiante y el ferry cruza perezosamente el estrecho de los Dardanelos desde Canakkale hacia Eceabat, en la península de Galípoli, en el noroeste de la actual
Turquía. La embarcación transporta algunos coches y autobuses y a unas pocas personas, que observan el mar casi vacío.
La imagen era muy diferente otra mañana de invierno, la del 19 de febrero de 1915, cuando acorazados británicos y franceses comenzaron a bombardear los fuertes que el Imperio Otomano —aliado de las Potencias Centrales— había establecido a ambos lados del estrecho.
Los Aliados querían controlar los Dardanelos y llegar hasta Constantinopla en el Bósforo. Su gran ofensiva naval tuvo lugar un mes después: 18 acorazados, acompañados de cruceros y destructores, buscaron alcanzar la parte más estrecha del paso. El resultado fue de tres acorazados hundidos y otros tres dañados.
Los Aliados decidieron entonces atacar por tierra. El 25 de abril, soldados británicos desembarcaron en el extremo sur de la península. Fuerzas australianas y neozelandesas, o ANZAC, por sus siglas en inglés, lo hicieron en una estrecha playa en la costa oeste, que acabaría siendo conocida como la Cala de ANZAC.
Hoy, la península de Galípoli recibe el ferry entre el frío y el viento y con un paisaje de pequeñas playas escarpadas y caminos que serpentean entre colinas llenas de pinos. Y de tumbas.
Lápidas blancas, pequeños monumentos y memoriales enormes surgen continuamente a ambos lados de los caminos y conforman 32 cementerios en los que yacen soldados del bando aliado. Además, hay al menos 28 fosas comunes en las que las tropas otomanas enterraron a sus caídos.
El día del desembarco, los turcos consiguieron contener el ataque pero en ANZAC pronto se quedaron sin munición. Mustafá Kemal, un teniente coronel de 34 años, arengó entonces a sus soldados: "Os ordeno no que luchéis sino que muráis. En el tiempo que pase hasta que muramos, otros soldados y otros comandantes podrán avanzar y ocupar nuestros puestos". Sus tropas, armadas únicamente con bayonetas, se lanzaron al encuentro de australianos y neozelandeses, que fueron contenidos.
Mustafá Kemal arengó a sus soldados: "Os ordeno no que luchéis sino que muráis. En el tiempo que pase hasta que muramos, otros soldados y otros comandantes podrán avanzar y ocupar nuestros puestos"
Tras el conflicto, Kemal lideraría a los turcos en su Guerra de la Independencia contra los Aliados y, en 1923, se convertiría en el fundador de la República Turca. Acabó recibiendo el título de
Ataturk, o "padre de los turcos". Hoy, Turquía conmemora la defensa otomana de Galípoli como el momento clave que dio origen a la idea moderna de su actual república.
Durante la campaña, una tregua permitió a australianos y neozelandeses confraternizar con los turcos, en lo que sería el inicio de una amistad particular. El sufrimiento compartido acabó provocando gestos de camaradería. Los turcos lanzaban dátiles y dulces al otro lado de la tierra de nadie y los aliados respondían con carne enlatada y cigarros.
"La Campaña de Galípoli se convirtió en algo muy importante para la psique australiana, cuando aún éramos un país joven y deseoso de mostrar a la patria ancestral que ya éramos mayores", reflexiona Nicholas Sergi, cónsul australiano en Canakkale y que extiende esta impresión a sus vecinos neozelandeses.
Hoy, Canakkale y la Península de Galípoli se han convertido en lugar de peregrinaje. El 25 de abril, día del desembarco, es para Australia y Nueva Zelanda el Día de ANZAC, una fiesta nacional que conmemora la Campaña y que cuenta con actos oficiales también en Galípoli. No sólo Turquía sino también los oceánicos trazan a aquella campaña el nacimiento de sus naciones.
En 1915, los Aliados, vencidos por la resistencia turca y la dureza de las condiciones, acabaron evacuando la península entre diciembre y enero. Aunque las cifras exactas se desconocen, se considera que cada bando sufrió unas 250.000 muertes, debidas tanto a los combates como a enfermedades. Medio millón de muertos, de los que unos 120.000 están enterrados en Galípoli.
“A esos héroes que derramaron su sangre y perdieron sus vidas, ahora vivís en la tierra de un país amigo, por lo que podéis descansar en paz. Para nosotros, no hay diferencias entre los Johnnies y los Mehmets que yacen juntos aquí en nuestro país”, escribió Ataturk en 1934 para conmemorar la batalla.
Hoy, ya de noche, el ferry vuelve hacia Canakkale. Una enorme inscripción iluminada en una de las colinas rompe la oscuridad. Son palabras del poeta turco Necmettin Halil Onan:
“¡Detente, viajero!
La tierra que pisas
Fue una vez testigo del fin de una era.”
Por Jose Miguel Calatayud (El País)
2. El frente del Piave
En Visnadello, un pequeño barrio del pequeño municipio de Spresiano, en la provincia de Treviso, a cuatro kilómetros del río Piave, hay una casa que narra una historia. Se llama, desde que se construyó en 1899,Casa Rossi. La historia que cuenta es tan gloriosa que los italianos la han convertido en leyenda, “La leyenda del Piave”: “Se oía al fin desde las amadas orillas, / susurrado y leve, el júbilo de las olas. / Era un presagio dulce y lisonjero, / el Piave murmuró: / No pasa el extranjero”. Durante varias generaciones, hemos crecido con estos versos en la cabeza, aprendidos en el colegio. Es una de las pocas victorias genuinas que podemos celebrar los italianos. Aquí, en las amadas orillas, durante tres años, nuestros soldados libraron con los austrohúngaros una de las batallas más terribles de la Gran Guerra. Al final, el extranjero no pasó.
Los Rossi siguen viviendo aquí. La mujer que me recibe se llama Norina, esposa de Giacomo Rossi, apodado Gimo, con el que tuvo dos hijos, Paola y Piero. Otro Piero, el padre de Giacomo, tenía 31 años en el otoño de 1917, cuando --después de la derrota de Caporetto--, el ejército italiano requisó la casa para convertirla en pusto avanzado del mando para la resistencia en el Piave. “Se evacuó a las mujeres --relata la signora Norina-- a Cento, en el Ferrarese; a mi futuro suegro Piero le llamaron a filas y le enviaron a Saronno, en Lombardía; su padre se quedó en casa como anfitrión de los soldados”. Los soldados eran los del 79º Batallón de Zapadores del Arma de Ingenieros, bajo el mando del comandante Mario Fiore, un napolitano nacido en 1886 y alumno de la Academia Militar de Turín. En una pared de la casa, una lápida colgada el 17 de junio de 1934 recuerda su presencia.
Cassa Rossi está hoy, en el edificio principal, prácticamente como en los años de la Gran Guerra. Salvo que entonces todo esto era campo abierto; había un martillo pilón para fabricar material agrícola y un molino alimentado por un ramal del Piave, el canal Piavesella. En el salón, junto al sofá, queda una caja de madera revestida de cobre en la que se guardaban los fusiles. “Mi padre, Luigi Secondo Bettiol, había nacido en el 99. Le llamaron a filas a los 17 años y luchó la batalla del Piave en Pederobba; después le nombraron Cavaliere de Vittorio Veneto”, relata la signora Norina, que ha escrito las memorias de la familia y conserva el diario que redactó el comandante Fiore en esta casa. Una reliquia.
Es una de las pocas victorias genuinas que podemos celebrar los italianos. Aquí, en las amadas orillas, durante tres años, nuestros soldados libraron con los austrohúngaros una de las batallas más terribles de la Gran Guerra
Fiore llegó a Casa Rossi en febrero de 1918. “Estoy aquí desde ayer por la mañana”, anota el domingo 24 de febrero a las 17 horas. “Se trabaja para restablecer el dique principal de la orilla derecha del Piave”. En el Montello se reúne con los aliados ingleses, y su primera impresión es crítica: “Nada que aprender de los ingleses. Un comandante al mando de una batería inglesa nos ha dicho: ‘Aquí, en Italia, estamos de visita’”. En cambio, tiene buena imagen de los franceses: “Mucho que aprender, sobre todo en el uso de los aeroplanos y la artillería (...) Nosotros hacemos avanzar a la infantería sin gran protección de la artillería. Al hablar de nuestros soldados, el comandante francés nos dijo: ‘Tenéis hombres que sufren y saben sufrir’”. El 28 de febrero describe el bombardeo austriaco de Spresiano (“Me ha matado a un soldado y me ha herido a otros ocho”), el 27 de marzo critica a sus superiores: “Nos declaran indispensables solo cuando les resulta cómodo. El resto del tiempo nos dan patadas en el trasero”.
El último apunte es del jueves 13 de junio: “Calma y silencio: solo unos cuantos disparos de artillería contra Spresiano. ¿Se avecina o se aleja la ofensiva austriaca?” Se avecinaba. Durante la batalla, a las tres de la tarde del 17 de junio de 1918, el comandante Fiore cae en San Mauro di Bavaria, alcanzado en el pecho por disparos de ametralladora. En una carta a su hermana Gemma, había descrito así a quienes combatían por la patria: “Ellos sí van al encuentro de la muerte; ¡pero qué distinta esa muerte de la que golpea al hombre en su casa, después de una larga vida, casi como ley natural! La vida de estos se ve truncada, pero algo suyo permanece para toda la eternidad, permanece su hazaña, que la muerte no logra destruir y que sumerge sus nombres en la inmortalidad”.Por Michele Brambilla (La Stampa)
3. Verdún y las consecuencias ambientales
Situado a unos kilómetros de Verdún, el lugar parece un trozo de tundra transportado al este de Francia. Unos cuantos líquenes miserables, unos musgos canijos pegados al sol, cuando, alrededor, el bosque despide hacia el cielo sus múltiples esencias. El claro tiene un sobrenombre muy conocido para los guardas forestales y los cazadores que se acercan a comer allí desde hace generaciones: el lugar de los gases.
Son pocos los que conocen todavía el motivo de ese topónimo. Aquí, después del Armisticio, se transportaron y neutralizaron cientos de miles de obuses sin explotar de los campos de batalla circundantes. Doscientos mil de ellos pertenecían al arsenal químico, del que la Primera Guerra Mundial fue triste laboratorio.
La tierra conserva las secuelas de la operación. En 2004, tres investigadores, los alemanes Tobias Bausinger y Johannes Preuss, de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, y el francés Eric Bonnaire, de la Oficina nacional de bosques, emprendieron un análisis del terreno. Su estudio, publicado en 2007, es revelador. El suelo rebosa de metales pesados, cobre, plomo, zinc y, sobre todo, arsénico y perclorato de amonio, que se utilizaban como detonadores de los obuses. La concentración de arsénico es entre 1.000 y 10.000 veces la del medio natural. El suelo está tan contaminado y es tan ácido que solo consiguen sobrevivir en él tres especies vegetales (Holcus lanatus, Pohlia nutans y Cladonia fimbriata). En 2005, las autoridades francesas decidieron cercar el lugar, y en 2012 prohibieron oficialmente el acceso.
El suelo rebosa de metales pesados, cobre, plomo, zinc y, sobre todo, arsénico y perclorato de amonio, que se utilizaban como detonadores de los obuses
El lugar de los gases no es el único legado ambiental de la guerra de 1914-1918. En la antigua línea del frente, en Francia y en Bélgica, muchos lugares conservan los estigmas ecológicos del conflicto. Al acabar la guerra, los poderes públicos delimitaron una zona roja que abarcaba los principales campos de batalla. El Estado compró los terrenos más afectados, plantó bosques en ellos y no volvió a ocuparse de estos santuarios. Bajo la presión de los habitantes, que desconocían los riesgos, poco a poco se empezó a cultivar o a construir otra vez en las demás zonas. «La amnesia es general al cabo de un siglo», dice Jacky Bonnemains, responsable de la asociación ecologista Robin des Bois.
Bonnemains hace una labor de fondo desde hace 14 años. Según él, las armas de la Gran Guerra siguen envenenando a la gente. El arsénico contenido en el suelo llega a las capas freáticas. El plomo de la metralla satura algunos terrenos. Otros materiales no degradables como el mercurio seguirán contaminando durante mucho tiempo, tal vez siempre, el medio ambiente. «Nos encontramos ante un fracaso moral», asegura. «Los franceses, ingleses y alemanes que inventaron las armas químicas se muestran hoy desinteresados».
Los habitantes se enfrentan de forma periódica a problemas de contaminación. En el otoño de 2012, el agua potable de más de 500 municipios de la región de Nord-Pas-de-Calais fue declarada inapropiada para el consumo, debido a un índice anormalmente alto de perclorato de amonio. Más de 400 de ellos sufren todavía restricciones de uso. Las autoridades sanitarias mantienen cierta vaguedad sobre los orígenes de la contaminación, pero la cartografía de los lugares afectados corresponde a la de los combates más duros. Los alcaldes de los municipios no tienen ninguna duda sobre las causas.
Aproximadamente el 15% de los miles de millones de obuses utilizados durante el conflicto no explotaron; muchos de ellos están aún sepultados. De vez en cuando sale alguno a la superficie, en el transcurso de una obra, o bajo la reja de un arado. Entonces se evacúa a la población mientras se procede a neutralizarlo. Una labor casi rutinaria.
Aproximadamente el 15% de los miles de millones de obuses utilizados durante el conflicto no explotaron; muchos de ellos están aún sepultados
La brigada de limpieza de minas de Metz, que cubre tres departamentos de la antigua línea del frente, registra entre 900 y 1.000 peticiones de intervención cada año, y desactiva, solo en esta parte de las antiguas trincheras, de 45 a 60 toneladas de munición. «Somos los basureros de los campos de batalla», dice Christian Cléret, responsable de este equipo de 11 personas, y cuyo padre se dedicaba a lo mismo. Sus descendientes podrán prolongar la tradición: los más pesimistas calculan que se tardarán varios siglos en limpiar del todo la zona. «Hay al menos para varias docenas de años», asegura Cléret.
El artificiero tiene 33 años de experiencia, de modo que sabe evaluar de un golpe de vista el tipo y la peligrosidad de los obuses, las granadas y otras herencias del pasado. «Cuanto más pasa el tiempo, más grave es el problema de la sensibilidad. Las carcasas se han vuelto más frágiles después de haber permanecido tantos años en la tierra húmeda», dice. «Esas condiciones aceleran el proceso de envejecimiento».
Alrededor del 2% de las municiones encontradas son químicas, sobre todo yperita (gas mostaza), fosgeno y difosgeno. Christian Cléret y sus hombres han aprendido a localizarlas. «Cuando tenemos sospechas, procedemos a una radiografía».
Después transportan esas municiones al campamento militar de Suippes, en Marne. Allí hay almacenadas casi 200 toneladas. En 1997, después de que Francia firmara el Convenio que prohíbe almacenar armas químicas, se puso en marcha un proyecto para construir un centro de tratamiento, llamado SECOIA, Sitio de Eliminación de las Cargas de Objetos no Identificados Antiguos. Tras muchos retrasos y rediseños, las obras acaban de empezar, en Mailly-le-Grand. Está previsto que la planta se inaugure en 2016, como pronto. Los obuses químicos se harán estallar en una cámara de detonación estanca y los residuos recuperados se procesarán en otras unidades especializadas.
Después de la guerra, los bandos beligerantes escondieron las municiones no utilizadas, en particular las químicas, en lugares considerados del máximo secreto. No se conoce ningún inventario. En Francia se sumergieron miles de toneladas en el lago de Avrillé (Maine-et-Loire) y otras municiones se enterraron en la sima de Jardel (Doubs). En Bélgica, una parte de la reserva de proyectiles yace frente a las costas de Zeebruge. Está claro que los militares no pensaron en la posteridad. «Cuando la gente quiere librar una guerra, se preocupa poco por las generaciones futuras», observa Jacky Bonnemains.